Cuando estudié gastronomía siempre me llamó la atención lo perfecta y precisa que es la pastelería, donde la crema se bate hasta cierto punto, sino se separa tomando aspecto cortado, en donde si pesaste demás los polvos de hornear, el bizcocho queda totalmente distinto o si integras mal los ingredientes en un batido la preparación queda sin aire o con restos de gelatina, como en un mousse.
Es una materia que no es del gusto de todos, a muchos les gusta comer algo dulce, pero a pocos le gusta realizarlos, puesto que lleva una metodología distinta, un ritmo diferente al de la cocina salada, donde sólo sabremos el resultado una vez terminado el producto, es un área donde existen protocolos, cómo que ingredientes se deben pesar primero o cuáles requieren de una temperatura para que su técnica se aplique de forma correcta.
Decidí ser pastelero, puesto que todos estos rituales previos logran formar productos perfectos, como verdaderas obras de arte, en donde los colores son primordiales, la armonía de sabores fundamental y las decoraciones terminan coronando un producto que maravilla al resto. Ahora bien, existen casos que nacen con la habilidad artística para desarrollar productos admirables, sin embargo existen otros, como yo, que por estudios, práctica y constancia, logran obtener resultados memorables.
La pastelería permite transmitir emociones, sentimientos, como toda la gastronomía en general, pero en especial esta rama permite otorgarle un sello único que el pastelero entrega en cada una de sus preparaciones permitiendo que la persona que consuma el producto sienta la pasión que se pone en cada paso e ingrediente que se selecciona.
Es por esto que hoy en día, la pastelería es un arte reconocido a nivel mundial, donde grandes exponentes son ejemplos a seguir por muchos, como Oriol Balaguer y sus expresiones en chocolate o como Kirsten Tibballs con sus tortas modernas y terminaciones en glaçage, los “Dulces besos” de Paulina Abascal y como olvidar a los clásicos, Pierre Hermé y sus famosos macarons, Marie-Antoine Carême con sus vol au vent entre muchos otros que se han encargado de dejar su huella. En mi caso he tratado de dejar la mía a través de la educación, de transmitir los valores, la pasión, enseñar lo que sé y para seguir aprendiendo.